sábado, 15 de noviembre de 2014

Las veredas del Cordón (I)

por Florencia

Estoy en casa de mis padres, la cuarta planta de un edificio de 1930, en 18 de Julio y  Ejido,  un día de verano del 62. Desde la ventana del comedor veo el Palacio Municipal , sus paredes de ladrillos a la vista , sus columnas de cemento, una gran explanada donde alguna vez expuso sus obras a cielo abierto Páez Vilaró y también la Escuela de Bellas Artes vendía a finales de año, las artesanías y los trabajos de sus alumnos. Hacíamos largas filas toda la noche para acceder a comprar a las 8 de la mañana las mejores piezas.

                                                El edificio de Florencia hoy

En esa misma explanada sobre la calle Ejido está  el estanque de agua con sus nenúfares, única nota de  naturaleza viva, a parte de los árboles que bordeaban las veredas, los plátanos ideales para la meadita de los perros y los niños, hoy están frondosos , verdes , altos y el tronco de dos tonos de marrón. Gracias a su follaje las charlas ocasionales y los saludos se hacen mas largos  y agradables cuando el sol del mediodía aprieta.
 El la esquina, el quiosco de color negro y con nostálgico estilo romántico europeo, vende revistas , periódicos y caramelos, es redondo, alto y muy pequeño.
Por la tarde se instala sobre un taburete en el cruce de 18 de Julio y Ejido un guardiacivil para ordenar el tránsito, y tenemos la sonata del pito varias horas al día. Es que hay mucho tránsito  a determinadas horas, y los ómnibus van cargados hasta el estribo y muchos hacen la “coladera” y van colgados, veo también el que va en bicicleta agarrado al pescante, viaja gratis, sentado  y sin que ningún carterista le robe, eso sí arriesgando su vida a cada pedaleada.
Miro a lo lejos, veo el mar y a veces algún barco, según como se mueve el agua. Mi padre sabe el viento que tenemos hoy, al atardecer el cielo se colorea de tonos rosas y amarillos.
En diagonal a nuestro apartamento está la pizzería que servía pizza ó chivitos con carne de vaca, supongo que alguna vez era de chivo, pero con espárragos, palmitos, tomate, lechuga , todo entre dos panes....el sueño de cualquier adolescente. A pocos metros la sastrería Risi del padre de mi amiga Esthercita. Si miro por  la ventana que da a la calle Ejido, hacia Colonia  está el bar y el cine Luxor con su cartelera dibujada  y pintada a mano; no recuerdo haber entrado allí, ya que daban películas para gente grande y no gozaba de muy buena fama.
El antiguo reloj de pié con su péndulo y sus pesas de bronce toca las seis de la tarde, es hora de pasear a nuestra caniche “Wendy”, llamo al ascensor y bajo en una caja pequeña con suelo de madera y rejas con puerta extensible de metal y se ponen en marcha poleas y cadenas que hacen mucho ruido, y algo de inseguridad. Por fuera el viejo OTIS es todo hierro forjado con arabescos, rosetones de color negro y pestillo de bronce.
En la puerta está el portero Pablo con su uniforme y gorra conversando con el diarero que se instala enfrente a la puerta con su banco y su mesa. Le llamábamos “el rengo”, porque lo era. No nos tenía mucha simpatía, y en nuestra época de universitarios supimos que le pasaba información a la policía.

                                                                Recuerdos desde Sitges (Cataluña)

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