por Florencia
Estoy en casa
de mis padres, la cuarta planta de un edificio de 1930, en 18 de Julio y Ejido,
un día de verano del 62. Desde la ventana del comedor veo el Palacio
Municipal , sus paredes de ladrillos a la vista , sus columnas de cemento, una
gran explanada donde alguna vez expuso sus obras a cielo abierto Páez Vilaró y
también la Escuela de Bellas Artes vendía a finales de año, las artesanías y
los trabajos de sus alumnos. Hacíamos largas filas toda la noche para acceder a
comprar a las 8 de la mañana las mejores piezas.
El edificio de Florencia hoy
En esa misma explanada sobre la calle Ejido está el estanque de agua con sus nenúfares, única nota de naturaleza viva, a parte de los árboles que bordeaban las veredas, los plátanos ideales para la meadita de los perros y los niños, hoy están frondosos , verdes , altos y el tronco de dos tonos de marrón. Gracias a su follaje las charlas ocasionales y los saludos se hacen mas largos y agradables cuando el sol del mediodía aprieta.
El la esquina, el quiosco de color negro y con
nostálgico estilo romántico europeo, vende revistas , periódicos y caramelos,
es redondo, alto y muy pequeño.
Por la tarde
se instala sobre un taburete en el cruce de 18 de Julio y Ejido un guardiacivil
para ordenar el tránsito, y tenemos la sonata del pito varias horas al día. Es
que hay mucho tránsito a determinadas
horas, y los ómnibus van cargados hasta el estribo y muchos hacen la “coladera”
y van colgados, veo también el que va en bicicleta agarrado al pescante, viaja
gratis, sentado y sin que ningún
carterista le robe, eso sí arriesgando su vida a cada pedaleada.
Miro a lo
lejos, veo el mar y a veces algún barco, según como se mueve el agua. Mi padre
sabe el viento que tenemos hoy, al atardecer el cielo se colorea de tonos rosas
y amarillos.
En diagonal a
nuestro apartamento está la pizzería que servía pizza ó chivitos con carne de
vaca, supongo que alguna vez era de chivo, pero con espárragos, palmitos,
tomate, lechuga , todo entre dos panes....el sueño de cualquier adolescente. A
pocos metros la sastrería Risi del padre de mi amiga Esthercita. Si miro
por la ventana que da a la calle Ejido,
hacia Colonia está el bar y el cine
Luxor con su cartelera dibujada y
pintada a mano; no recuerdo haber entrado allí, ya que daban películas para
gente grande y no gozaba de muy buena fama.
El antiguo
reloj de pié con su péndulo y sus pesas de bronce toca las seis de la tarde, es
hora de pasear a nuestra caniche “Wendy”, llamo al ascensor y bajo en una caja
pequeña con suelo de madera y rejas con puerta extensible de metal y se ponen
en marcha poleas y cadenas que hacen mucho ruido, y algo de inseguridad. Por
fuera el viejo OTIS es todo hierro forjado con arabescos, rosetones de color
negro y pestillo de bronce.
En la puerta
está el portero Pablo con su uniforme y gorra conversando con el diarero que se
instala enfrente a la puerta con su banco y su mesa. Le llamábamos “el rengo”,
porque lo era. No nos tenía mucha simpatía, y en nuestra época de
universitarios supimos que le pasaba información a la policía.
Recuerdos desde Sitges (Cataluña)
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