Mi perra
necesita apurar el paso y me encuentro de frente con “la vieja de la vara” que,
según me advirtió mi hermano, es una mujer mayor vestida de negro y con pañuelo,
que pide limosna y si no le das te pega con la vara, si le contestas, se enoja
y te insulta; era tan peculiar que
apareció mas de una vez en los periódicos.
Ojalá me
perdonen mis mayores y todo lo aprendido en el colegio de monjas, pero qué
fastidio me da ese hombre que se sienta cada día en la vereda recostado en la
pared, le falta una pierna y lleva muleta. Es que hasta pide mal la
limosna, porque no se le entiende lo que dice. Mi madre entiende que dice “pari-pará”
pero no es modo, ¡al menos que pida bien! Suponemos que, extendiendo la
mano, dice “para el paralítico” y de tanto gastar las letras y queriendo ser
veloz, le sale lo que le sale....
De mi
exhaustiva observación, me distrae otro personaje del barrio “la turista”, ya
la tenemos paseando por 18 de Julio calle arriba y calle abajo, mañana y noche
, invierno y verano. Vestida con esmero, luce zapatos blancos de taquito y
medias de seda, vestido floreado y saquito de lana, sombrero de paja, guantes y
su carterita colgada al brazo, mal maquillada y de un rubio paja. Se pasea
sola, no habla ni saluda a nadie, parece siempre una extraña, nunca nadie supo
su vida ni su obra, ni de sus sueños ni ilusiones, sabemos que le gusta lucirse
y ronda los 40.
El manisero es
un personaje que llega en otoño para pasar todo el invierno. Vende maníes
tostados y calentitos en unos conos de periódico. Este negocio tiene mucho
encanto, primero el olorcito a humo que me dice que empieza el frío, luego su
grito de “maní calentito, maníiiii! y su precioso barril con chimenea que se
parece a una locomotora pintada, que es el hornito donde se tuestan los maníes.
Se coloca justo debajo de la ventana de la habitación de mi hermanita y mía, y
mientras hacemos los deberes, juntamos las monedas y la discusión siempre es
cuál de las dos baja a comprar, y arriesgando ser vistas por nuestros hermanos
mayores nos aliamos para satisfacer la
tentación.
Ahora que
Wendy no me exige prisas, puedo darme cuenta que han comenzado a colgar los pasacalles de carnaval en la Avenida,
aunque falta un mes. De poste a poste de la
luz cuelgan unas placas con miles de bombillas de colores que forman
dibujos alegres y atrevidos. Pero lo fascinante para mí es el día que se
encienden todas las lucecitas al mismo momento, ¡ah! qué espectáculo, y de los
altavoces por la tarde suena música de carnaval. De todos los barrios, esos
días es la calle mas hermosa, mas concurrida y mas notable, me siento contenta
de vivir allí.
foto propiedad del CdF - reproducción autorizada
A una semana
del desfile se reparten las sillas plegables de madera y en cada esquina se
atan con cadenas. Se ordenan en tres hileras
y el empleado municipal uniformado venderá los tickets a partir de las 4
de la tarde.
El día de la
inauguración del Carnaval se llenan los
balcones y ventanas de mi casa y se encienden las arañas. Mis padres reciben y
sirven como si de una fiesta familiar se tratase.
El desfile,
las murgas y comparsas, los tamboriles, los negros y los lubolos, todos esperan
ver a la negra Gularte, a la mama vieja y su viejo, al escobero y la
expectativa de las carrozas. Desde las tarde el choricero se instala junto al carro de las bebidas y prepara el
fueguito para servir los choripan, el olor y la música hablan de fiesta y alegría
desde la media tarde a la media noche durante tres días seguidos.