sábado, 7 de marzo de 2015

Cosas de la escuela

por Ana María Chiara (desde Santiago de Chile)

Con mis hermanos fuimos a la escuela pública. Quedaba como a una cuadra de casa, cruzando la calle Uruguay: Escuela N° 6 Estados Unidos, de 2° Grado. Así la recuerdo y así la guardo en mi corazón como algo muy querido, me abrió las puertas del saber. Era típico, cerca de la 1 de la tarde, ver pasar a todos los chicos con sus blancos delantales y su moña azul. En medio de la calle, ponían el cartel amarillo de “Escuela” y así cruzábamos más seguros.

 Mi madre fue partidaria de que nos formáramos alternando con todos los niños: varones y mujeres de distintas clases sociales y de diferentes creencias y razas. “Así es el mundo real”, decía ella. Eso se lo agradezco porque amplió mis puntos de vista y me hizo ser más comprensiva.
A propósito del Mundial de Fútbol del año pasado, me surgió una imagen del recuerdo de otro campeonato, cuando yo era una niña. Tendría unos seis años y estaba en primero. Me gustaba mucho el colegio y estaba fascinada con aprender a leer y escribir. Rememoro ese día especial en que se produjo un pequeño caos en el curso 1º A de la Srta. Elsa. Era el Mundial de Fútbol de 1954,  jugaba Uruguay con Hungría y habían conseguido traer una radio para escuchar el partido. Estábamos en las semifinales. A nuestra clase se sumó otro curso, un sexto año que llegó con su maestro. A mí, personalmente, no me atraía tanto el juego en sí sino el ambiente que se respiraba. Había mucha expectación. Yo miraba a los niños de los cursos superiores con admiración. Se hizo un silencio cuando comenzó el partido y todos estaban preocupados por oír el relato del comentarista que amenizaba su trasmisión con comentarios divertidos. En el primer tiempo nos hicieron 2 goles y quedamos bastante preocupados. En el segundo tiempo y ya casi en el último minuto, logramos el empate. Recuerdo perfectamente como saltaba y aplaudía el profesor de sexto. Pero, lo que más me impactó, fue cuando se puso a llorar luego de perder en el alargue. Realmente estábamos todos muy conmocionados.
Tuve la suerte haber tenido muy buenos maestros en estos primeros años que me estimularon a aprender y a lograr metas.  Recuerdo especialmente a mi profesora de quinto, la Srta. Judith, que me alentaba cuando nos mandaba a hacer una redacción y yo escribía relatos fantásticos. También rememoro con orgullo haber salido abanderada y tener que recitar una poesía a la Bandera frente a todo el colegio. Esta etapa me marcó y me dio seguridad y confianza en mí misma.
                                                                                                   

                                                                                        

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