sábado, 18 de abril de 2015

Una vuelta por el colegio

por Ana María Chiara (desde Santiago de Chile)

     Siempre nos juntábamos en la esquina de Mercedes y Barrios Amorín para tomar el trolley 62, Pocitos, que nos llevaba al liceo. A veces raudo y otras no tanto, lo que nos desesperaba a mí, a mis hermanas y a una amiga, por miedo a llegar tarde.

      Mi colegio era el Santo Domingo, las Domínicas de Rivera, solo de niñas. Pasábamos una portería y enseguida se abría un patio lleno de sol y cargado con la risa de tantos recreos. Subíamos corriendo las escaleras no sin antes echar una mirada a nuestro uniforme azul y zapatos lustrados, sin olvidar la vincha obligatoria sentenciada a contener nuestros rebeldes cabellos. Era el tiempo del pelo batido y ésta ponía un veto al peinado. Tampoco podíamos ir maquilladas así que nos quedábamos con las ganas de probar el delineador líquido que hacía furor en ese entonces. Parecíamos muy serias pero en el fondo nos reíamos mucho y lo pasábamos regio.


    Como norma, teníamos que respetar nuestro uniforme y eso incluía no juntarnos con chicos en la salida. Mi hermana mayor tenía un noviecito que vivía cerquita, por Bulevar Artigas. Lo había conocido en una Kermesse del Sagrada Familia. Nos encantaban estas reuniones de los colegios,  muy típicas de la época, donde aprovechábamos a ver chicos y mandarnos esquelas y telegramas. Recuerdo un día, cuando salimos del colegio a las 12 y 20, mi hermana me dice que la acompañe, que se iba a juntar con él a unas cuadras por detrás del colegio. Yo, muy apegada a las normas, no quería ir por nada pero tampoco podía llegar a casa sola. Allá fuimos con el corazón latiéndonos de miedo. Mirábamos para todos lados viendo fantasmas por doquier, camionetas rojas como la de papá o la Combi del colegio. De repente todo se hace realidad, la hermana Sor Saint Gilles manejando la camioneta del colegio! Fue un desparramo! Cada uno corrió para un lado y tratamos de escondernos tras unos árboles. Gracias a Dios, el vehículo pasó de largo, pero el susto fue inmenso. Le dije a mi hermana “¡Nunca más!” Hoy es solo una anécdota.